sábado, julio 21, 2007

 

Elemento Intro: La partida de un milagro



Ahora lo sé. Los milagros existen, aunque no duren para siempre...
Siempre oí de milagros. Falsas y blasfemas invenciones que veneraban al surrealismo diario en nombre de la celestialidad.
Nunca creí. Hasta aquél 17 de diciembre de 2003. La devoción felina, tradicionalista, de cariño y convivencia con tan especial raza nos enseñó ese día que el ser humano está muy por debajo de lo que su percepción le permite encontrar. Ese día, un mar de lágrimas inundó nuestro nido familiar. Ese día, la más noble de nuestros "ejemplares compañeros" nos dejaba inmersos en la congoja, la rabia y la culpa. Una muerte desencadenada por querer dar vida.
Maldecí. Pero la sabia naturaleza me preparó una sorpresa inextinguible. El mismo sueño que se ahogó en el vientre materno, que nos despojó del ser más querido aparecía ahora, cuál ofrenda en la puerta del hogar. A la misma hora, en el mismo segundo que aquél rito funerario de patio trasero me despojaba de tan preciado cariño arribaba el que ingenuamente y desinteresadamente esperábamos por via nativa. Tal como lo soñamos, en tamaño, características y luminosidad. Otro angelito como para creer firmemente en que realmente existen y llegan a llenar espacios vacíos.
Nadie logra creerme la historia, como si se tratase de otro invento del catolicismo barato. Aún recuerdo las palabras de mi hermano en el instante que sepultaba a mi inolvidable pequeña con tanto pesar y amargura. "Mira lo que te mandaron del cielo" y me lo abalanzó encima justo cuando yo ya le había cerrado la puerta en la cara a Dios por aquellas pérdidas y decepciones mucho mayores e imborrables.
Desde ese día me acompaño, me entregó amor y procesión, absorvió estrés y amainó frustraciones sin otro requisito que dejarlo entregar su afecto, sin mediciones, sin miramientos ni ahorros de fidelidad.
Hoy ese milagro se extinguió en medio de un día gris, de un firmamento sollozante. Cumpliendo su ciclo. Pero no sólo eso. Quiero creer que viniste por algo y que nos impregnaste de lo que creímos perder en su minuto. Ahora descansas y luego de sepultarte junto a tus antecesoras yo te lloro, te lloro con enorme pena pero agradecido porque me llenaste el corazón de alegría en el momento más difícil.
Fue tu tónica, regalaste felicidad sin pedir nada a cambio. Nos entregaste lecciones que sólo algunos podemos percibir. Hasta te diste el lujo de instalarnos descendencia maravillosa. Y quien lo diría, justo un día antes de cumplir yo otro año de vida, "las chicas" allá arriba decidieron que había terminado tu turno. Si hasta te abrieron un claro asoleado de minutos para que encontraras el camino, concluyendo sin demoras que ya era la hora de tu regreso. Que la obra de amor estaba cumplida con creces. Que el Via Crucis debía concluír.
Y fíjate que "mi momento" de madurez me hace entender tu última lección. La de los equilibrios, anteriores, posteriores y superiores a uno mismo y su tozuda voluntad por superarnos.
Los ciclos se cumplen, las etapas se queman. Que soy yo quien tal vez deba empezar otro camino. Extinguirse por dentro para renacer del todo...
Gracias por esa lección y las demás, amigo mío. No es necesaria la igualdad evolutiva "de seres y libro" para que al menos yo entendiese
los significados de esta vida cuyos caminos, exitosos o pedregosos siempre terminarán inexpugnablemente en la muerte.
Sí. La muerte, esa antigüa compañera que tanto me quitó por años, la que hoy vino prepotente y sigilosa a despojarme de tu presencia. Y para su desgracia, esta vez fracasó. Acá te quedaste, en el corazón, en el recuerdo, en la añoranza. Quizás no esté tan equivocado entonces. Los milagros sí existen. Y ni la muerte puede borrarlos del todo... Adios, mi compañero fiel.





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